
Te escuché toda la semana. Escuché las mismas palabras, la misma entonación en la voz, el mismo gesto intransigente: mano dura, paredón, pobres, muerte, picana, venganza, represión, parias, sucios, escoria...
Sólo quiero decirte –si querés escuchar- que mucho antes que decidieras que es legítimo llevar al extremo la defensa de lo tuyo, este caos de hoy estaba previsto.
La maquinaria de exclusión puesta en funcionamiento desde hace años ha pulido con delectación de artista tu discurso, te ha obligado a repetir lo que quiere.
Sino, no se explica que vos, un tipo que va a misa de vez en cuando, manda a sus hijos a colegios religiosos, y condena tajante la muerte de un no nacido, termine justificando matar un ya nacido, sin preguntarse siquiera qué manchas le salpicaron la inocencia.
Que un tipo como vos, solidario con la cooperadora de la escuela y el club del barrio, que sabe del valor de la inclusión, del contundente privilegio de pertenecer, pida encierro, paredón y muerte para los que no pertenecen a ningún lugar...
Tu discurso no es inocente. A alguien le sirve esta clase media irracional e irreflexiva, Cuando gritaste “que se vayan todos” pusiste en jaque la idea de la representatividad, cuando gritaste “que se mueran todos” empezaste a romper la idea de comunidad.
No aceptes que el Estado, indolente o perverso, te delegue su obligación de administrar justicia. No dejes que las privatice.
En las últimas décadas, el sistema excluyó, empobreció, marginó y hoy a la vista de las consecuencias, perversamente, no se hace cargo. No está dispuesto a encarar el camino inverso, y cual si fuese una empresa deficitaria, pretende “privatizar” el control social, el monopolio de la fuerza. Y ahí estas vos. Para hacerte cargo, ocupar su lugar, arriesgarte a cometer el exceso. Todo te persuade de que ya nada puede hacerse. Y ahora te toca a vos. Y de victima te haces victimario.
Y te excedes, violento, incorporada en tu cabeza la idea de que “hay gente que no merece vivir” y caes en la tentación de ser un dios dueño de la vida y de la muerte.
Y vas a estar solo. Porque las consecuencias serán tu responsabilidad. Nadie va a achacarle culpa a las ideas de inequidad, intolerancia, impunidad, a la inutilidad del fracaso que venís escuchando.
Pensalo. Quizás a tu discurso de justicia por mano propia la advertencia le incomode. Quizás sea tarde.